Sigue la polémica sobre libro de Pilar Urbano. Leo algunas opiniones en defensa del derecho de la reina a expresarse libremente que, al parecer, algunos le niegan, ¡pobre! Creo que esa no es la cuestión. Nada impediría a la reina que fundase un partido con las ideas que tiene, o que pidiera su ingreso en algún partido extraparlamentario o en el propio PP, (reforzando así a su sector más reaccionario), que renunciase a sus privilegios y que defendiera sus ideas como toda hija de vecina. Si tan preocupada está y tan convencida de sus planteamientos que siga el ejemplo de Simeón II de Bulgaria, que concurra a las elecciones y que las gane. Que no se preocupe, que nadie le va a cuestionar su derecho a expresarse libremente.
El problema está, a mi parecer, que no ocupa el puesto institucional que ostenta gracias a sus ideas, que su legitimidad no se renueva democráticamente de forma periódica, única forma a mi parecer que la legitimidad de ejercicio de la que nos habla el profesor en su artículo “La indiscreción Real” pueda ser aceptada. Por eso es incompatible su condición de reina con posicionarse públicamente a favor de un sector de la población en temas controvertidos. El que sea la parte más reaccionaria y alejada del sentir mayoritario de la sociedad del siglo XXI, a nadie nos debería sorprender. Esos sectores han acogido esas declaraciones como una tabla de salvación a la que subirse y procurar así que sus ideas tengan el eco que por sí mismas hace tiempo que han dejado de tener.
La institución monárquica es anacrónica, y que sólo con altas dosis de hipocresía y de autoengaño se mantiene. En ella se plantea en el momento actual la colisión de varios derechos difíciles de compaginar. Por una parte está el aludido derecho de los miembros de la familia real a expresar libremente sus opiniones; ese no corre peligro, hay mucho súbdito por ahí suelto. Por otro está el derecho que tenemos los ciudadanos de que sólo mediante consentimiento democrático nos puedan representar y si este consentimiento no se consigue para defender los propios planteamientos del consentido, éste se debe comportar más como muñeco de cartón piedra que como persona normal, con sus ideas y modo de entender la vida, pues no sería de recibo que aprovechase su situación para otro fin que no sea el que se le ha encomendado. Y por último, y no menos importante, está el derecho del ciudadano a recibir una información veraz sobre los asuntos de su interés, y dentro de los cuales está, claro que sí, conocer qué clase de personas nos representan. En este sentido nos debe mover a la reflexión y preocupación que se carguen las tintas sobre los que no han impedido que el verdadero rostro de Sofía, reina de la España del siglo XXI con ideas del XIX, llegue a los españoles.
Es previsible que el muro en torno a la familia real se refuerce y se promueva a no tardar una campaña que recomponga la imagen de la reina Sofía, alimentando el culto a la personalidad de la familia real. La imagen que nos van a permitir ver de la familia real, de real, va a tener poco, pura engañifa. Pero siempre habrá alguien, con mirada clara que nos descubra que debajo del oropel y la lisonja, el rey está desnudo como en el cuento. Ninguna cualidad les viste que justifique tanto privilegio y deferencia.
Javier Romero Pascual
DNI 72.875.856-B
(Publicado en "El Heraldo de Soria" 18-11-2008
martes, 18 de noviembre de 2008
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