domingo, 12 de octubre de 2008

Cuestionamiento de la monarquía

Todos los estudios y encuestas de opinión coinciden en que el debate entre monarquía y república no se encuentra entre aquellos temas que más preocupa a los españoles. Los dos grandes partidos no lo tienen en su agenda; aunque últimamente ha habido determinadas voces en el ámbito nacionalista que la han puesto en cuestión.

La Transición supuso un acuerdo entre los herederos del régimen franquista y los partidos de la oposición, algunos herederos a su vez de la República. El mantenimiento de las previsiones sucesorias del dictador en la figura del rey Juan Carlos, permitieron que ciertas figuras del antiguo régimen, las más aperturistas, tuviesen la esperanza de que en la España monárquica y democrática ellos siguieran teniendo un papel de cierta relevancia. Y por otra parte, la aceptación de la monarquía por parte de la oposición facilitaba la transición de forma pacífica a un régimen democrático y con posibilidades reales de alcanzar el poder en un futuro más o menos cercano, como así se produjo con la victoria del PSOE en 1982.

Las circunstancias excepcionales que siempre rodean a todo proceso constituyente, provocan que las fuerzas políticas y sociales participantes en ellos consigan ventajas para el futuro. La propia institución monárquica las aprovechó en su beneficio; pero aquella situación, en la que la monarquía era necesaria para facilitar el cambio, ahora ya ha desaparecido. Tendrán que ganarse su puesto día a día, no sirve lo pasado. Lo que una vez fue beneficioso para la sociedad española, puede, en un futuro, dejar de serlo. Si he empezado este artículo diciendo que poco interesa a los españoles el debate entre monarquía y república, hay que añadir que la situación puede cambiar antes de lo que cabría pensar.

Han surgido dos partidos, UPyD y C´s, como reacción a la partitocracia en la que se ha convertido la España surgida de la Transición. Ninguno de los dos participó en esa Transición y, por consiguiente, no entraron en el intercambio de concesiones a cambio de ciertas ventajas que garantizasen su futuro. Ninguno de los dos se declaran monárquicos, pero ambos mantienen la postura de que no es prioritario en absoluto cuestionarse a la monarquía, quizá por reacción a la deriva antimonárquica de los radicales nacionalistas que a través de ataques al rey pretenden, quizá, dinamitar la unidad de España que el monarca, como Jefe de Estado, puede simbolizar.

Honestamente pienso que ineludiblemente debemos considerar al sistema republicano más acorde con los principios ciudadanos que dicen estos partidos defender y que el mayor error que podríamos cometer, sería renunciar a la coherencia con nosotros mismos a cambio de ¿qué? Nada.
La institución monárquica conlleva “violentar” principios que en sus manifiestos fundacionales ambos partidos, UPyD y C´s, han proclamado.

La igualdad entre todos los seres humanos en cuanto a derechos y libertades y que sólo cabe admitir las diferencias debidas al mérito, esfuerzo y talento, no admite excepciones por mucho que se apellide “Borbón”. Ese absurdo sólo puede mantenerse merced a cierta transfiguración de la realidad; aquellos que se proclaman, con Savater, osados para pensar por sí mismos, admiten una zona de absoluta opacidad alrededor del monarca, con un respeto casi escrupuloso –sacramental- mal entendido y que choca con el más elemental derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz sobre sus autoridades.
¿Cómo alguien se va a atrever a pensar por sí mismo, cómo ufanamente se vanagloria Savater en el manifiesto fundacional de UPyD, si acepta que se le oculte la verdad de las personas que encarnan la institución monárquica?

Los llamamientos a cierta racionalidad a la hora de tratar los asuntos públicos que, tanto C´s como UPyD, han hecho, no tienen sentido cuando se acepta, mirando hacia otro sitio, cierto culto a la personalidad que siempre es necesario para que el resto de los mortales acepten lo inaceptable: reconocimiento de la supremacía de la herencia, de la cuna, sobre cualquier otra consideración como el mérito, el consentimiento expresado con regularidad a través de procedimientos democráticos y, sobre todo, la excepcionalidad legal que desde la cuna se le reconoce de facto a los miembros de la familia real.

La coherencia de nuestros planteamientos es, quizá, la única baza que podemos contar sin depender de nadie; pero además, el actual sistema que nosotros queremos reformar se sujeta desde arriba en un punto, el Rey, desde el cual salen todos los hilos y que permite la pervivencia del mismo. Desde la Transición ha surgido un sistema en el cual todas las partes están imbricadas unas con otras; la institución monárquica es el paraguas que protege el juego ventajista del resto. No violentemos nuestra inteligencia aceptando una institución anacrónica, aceptemos por tanto las leyes de la razón, de lo razonable, para acercarnos a la realidad política de nuestro país sin miedo y con la tozudez que la mente clara exige, y digamos con claridad que el rey está desnudo, como el cuento, que no está dotado de virtudes excepcionales que justifiquen tales privilegios ni para él ni para sus herederos; sino que en la persona que ostenta ese título, después de retirarle todo el boato y artificio que le rodea, no se puede encontrar razón alguna para que no se le fuerce a recobrar su condición ciudadana.

Javier Romero Pascual
DNI 72.875.856-B

1 comentario:

Diego Esteban dijo...

El razonamiento es impecable, desde luego, pero también hemos de reconocer que, desde el punto de vista práctico, la monarquía ofrece ciertas ventajas.
Para empezar, toda nación necesita un Jefe de Estado. Cuando se trata de una monarquía, está claro que ha de ser el rey. Pero si se trata de una república, sólo puede ser un cargo electo que, al entrar en el juego político y ostentar ciertos poderes, exige, por un lado, una organización del Estado de manera que se distribuyan esos poderes y, por otro lado, implica necesariamente la alternancia de momentos de mayor estabilidad institucional (mismo partido en gobierno y presidencia) y otros de inestabilidad (distintos partidos). Hemos visto en las repúblicas vecinas (Francia, Italia) las desventajas de ese sistema, que no padecen las monarquías. En cambio, como contrapartida tan sólo se puede aducir cuestiones de principio.
Yo, personalmente, sería más partidario de reformar paulatinamente la institución para hacerla más acorde con los prinipios democráticos (igualdad de sexos, laicidad, elección por referéndum entre los posibles herederos). Además, hoy por hoy, creo que, a la hora de representar a España en actos y asuntos ajenos al juego político (deportes, premios a personalidades, desastres naturales, etc.) es muy preferible una figura exenta de polémicas y que, en nuestro caso concreto, es seiscientas mil veces más presentable que cualquiera de los sujetos que nos representan democráticamente. Y su hijo, igual.