Carmelo Romero Salvador.
El Mundo / Diario de Soria, 9 de febrero de 2008.
MAÑANAS DE INVIERNO
“En este mismo local tuve, allá en mi juventud, muchos sueños de noches de verano”. Eso me dice, tras saludarme, el colega historiador que me ha citado en el viejo “Café de Levante”. Su frase tiene un mucho de recuerdo de tiempos pasados y también de ecos shakesperianos. Pero de lo que quiere hablarme, en esta mañana de invierno, no es de “el sueño de una noche de verano”, sino de una realidad de presente que, en su decir, le preocupa muy mucho.
Se trata de Numancia. “De ese lugar –dice- que sigue siendo la imagen más viva de la defensa de la libertad, de la resistencia al invasor y de la lucha hasta la muerte por lo propio”. Mi colega historiador ha tenido información de los escritos de la Asociación Hispania Nostra, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y del Departamento de Historia Antigua de la UNED, en los que muestran su preocupación y rechazo por lo que algunos han comenzado a llamar el “cerco urbanístico a Numancia”. Tras la Ciudad del Medio Ambiente, que a la mayor parte de estos sectores inquietó muy poco, el detonante ha sido el proyectado polígono industrial público de Gesturcal: 117 hectáreas en el término municipal de la ciudad de Soria, cercano al Duero.
Mi amigo historiador está preparando otro escrito y recabando nuevas firmas. Lo que no entiende son determinados silencios sorianos y, en particular, aunque sólo sea por el hecho de conocerme, el mío. Una vez más –me recalca- el capital se impone a la cultura y, creyendo haber encontrado una metáfora brillante, equipara el dinero con los romanos de Escipión y la cultura con los celtíberos de Retógenes y Megara.
Hemos hablado –vermú con sifón y aceitunas negras- al menos un par de horas. He sabido que ha ido tres o cuatro veces a Numancia, la última hace cinco años, y que está enamorado de esa muestra “única de lucha por la libertad por parte de un pueblo que antes de perderla prefirió darse la muerte”. Me ha citado, entre otros varios nombres propios, a Hostilio Mancino y a Lépido; a Furio Filo, Calpurnio Pisón y Publio Escipión Emiliano; a Polibio y a Apiano...., pero no me ha hablado del hombre de hoy. Quizás porque cuando, como es nuestro caso, se tiene la nómina, la santa nómina, asegurada, algunos hombres de hoy importan menos. En realidad, tal como deduzco de su conversación, los hombres quedamos reducidos a tres categorías: los del capital avasallador, dispuestos siempre a arrasar con todo; la plebe inculta, que sólo tiene puestas las miras en su estómago, y nosotros, los cultos y, por supuesto, puros.
Yo sé que mi amigo historiador no tendrá problemas para encontrar otras personas cultas, muy cultas, que le firmen manifiestos; pero sé también que algunos de los firmantes habrán estado en Numancia no más veces que él y que, como él, no sabrán ubicar dónde están las 117 hectáreas de La Colorada, ni la distancia y los cerros que las separan de Numancia. Dará igual. Alguien ha empezado a tocar a rebato y el “mundo de la cultura”, un cierto mundo al menos, va a aprestarse a la defensa no de Numancia, que defendida está, sino de sus “entornos”.
Los entornos, bien lo sabes –me insiste-, son fundamentales, sin ellos no se terminan de comprender en plenitud las cosas.
Estamos –ya lo dije- en el Café de Levante, casi frente por frente con otra muestra emblemática, mucho más reciente, de la lucha por la libertad, de la resistencia al invasor y de la defensa, con las armas y hasta la muerte, de lo propio: la Puerta del Carmen. En sus piedras queda simbolizada la Zaragoza de “los sitios”, aquella que, hace justamente doscientos años, peleó y disputó a los cañones, a los fusiles y a las bayonetas francesas cada una de las calles y cada una de las casas.
Lo que fue la “Zaragoza gloriosa e inmortal” de los sitios es hoy, desde luego, una muy otra Zaragoza y este entorno de la Puerta del Carmen es, desde hace años, casas de diez o doce pisos y un fluir continuo, pleno centro, de coches y autobuses.
No, no soy tan bruto como para querer esto mismo para Numancia; pero me duele que quien tanto valora no ya los lugares de la historia, sino también los “entornos amplios”, no dirija la mirada a lo que tiene a un par de metros y la pierda en una lejanía de la que casi todo lo que sabe es por los libros.
El sentido y la belleza de Numancia –me insiste mi amigo historiador- no está tanto en sus piedras, como en el paisaje que la rodea. Ese paisaje duro, de aliaga y de roqueda; de cambrón, espliego y tomillar; de soledad y de tristeza.
miércoles, 13 de febrero de 2008
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