EL MUNDO / DIARIO DE SORIA, 2007/11/26
“Desde el momento en que la mujer puede ocupar un lugar distinto al de esclava, aunque sólo sea por un momento y aunque sólo sea posible para algunas, y desde el momento en que ese cambio se fija en la escritura queda inaugurada la posibilidad de que la mujer pueda participar como sujeto activo en la vida social y económica de su tiempo, más allá de los muros de su casa.”
Pilar de la Viña es Psicóloga Clínica en la Unidad de Salud Mental de Soria del Sacyl y miembro del colectivo Antígona.
AMOR CORTÉS MEDIEVAL Y MUJER DE HOY
Por alguna misteriosa razón que de momento dejaremos en el lugar de lo misterioso en prácticamente todas las culturas conocidas la relación entre el hombre y la mujer es asimétrica y en esta asimetría el que manda es el hombre y la mujer está colocada en un lugar subordinado.
Por lo general esta desigualdad se trata de justificar teóricamente, primero desde la religión -desde lo sagrado- y luego desde la naturaleza, apelando a una necesidad de protección, supervisión y control de lo que desde aquí se ha dado en llamar el “sexo débil”.
Ya sabemos que en Europa - y en la civilización occidental - esta realidad ha cambiado radicalmente desde la labor de las sufragistas, a lo largo de todo el siglo XX, pero ¿por qué este cambio se ha producido en y desde Europa?
No creo que baste para entender este fenómeno una explicación economicista: la emergencia del modo de producción capitalista y el acceso de la mujer al trabajo.
En los países islámicos también, de alguna manera, se ha accedido al capitalismo y sin embargo eso no ha redundado en un cambio en la relación entre los sexos. Es más, últimamente y al amparo de la afirmación islamista, se están asumiendo como rasgos de identidad cuestiones como la obligación para la mujer de taparse la cabeza, cuando no también la cara, y de usar vestidos talares fuera de la casa; cuestiones directamente relacionadas con el sometimiento de la mujer al hombre.
Y tampoco basta para entenderlo, pensar que la religión dominante en Europa, piensa a la mujer de una forma más adecuada, porque nuestra religión cristiana ha sido, y en ocasiones sigue siendo, radicalmente contraria a la liberación de la mujer, y ve a la mujer mas próxima al pecado que a la santidad.
San Juan Crisóstomo, San Antonio, San Juan Damasceno y San Jerónimo, le dedican epítetos tales como “soberana peste, puerta del infierno, arma del diablo, centinela avanzada del infierno, larva del demonio, flecha del diablo”.
Al mismo tiempo, la Iglesia, todos podemos recordarlo, ha propugnado la necesaria obediencia de la mujer a su marido. Y en otros tiempos llegó a decir cosas como que “cualquier marido puede pegarle a su mujer cuando ella le desobedezca, o cuando lo maldiga, o cuando lo desmienta, siempre que sea con moderación y sin que se siga la muerte”.
No, tampoco ha sido la religión la que nos ha hecho libres. Creo, sin asomo de falsa modestia, que hemos sido nosotras, las propias mujeres, las que hemos conseguido cambiar y atrevernos a pensarnos como seres humanos adultos en pié de igualdad con nuestros compañeros los hombres.
Esto ha sucedido a través de impulsos, de saltos en diferentes momentos de la historia. Me interesa señalar hoy el cambio que supuso en este terreno, el de las relaciones entre los sexos, la invención del amor cortés.
El amor cortés se lo inventaron en el siglo XI las damas de la nobleza y las mujeres de la naciente burguesía de la región de Occitania. En un momento de prosperidad económica y de libre circulación de las ideas, recordemos el catarismo, consiguieron meter una cuña en la rígida moral que la religión propugnaba sobre la sexualidad, el amor y la mujer.
Se partía de una idea no del todo caída en desuso actualmente, pero sí, desde luego, muy aislada en el pensamiento más conservador y ultramontano, la idea de que la vía de perfección es la castidad y de que la sexualidad es un mal menor imprescindible para el mantenimiento de la especie.
Así Alberto Magno (1193/1206-1280) opinaba que el acto conyugal sólo es inocente si su fin es procrear pero que si el deseo existe antes de la unión el acto será pecado mortal. Pedro Lombardo (1100-1160/64) consideraba que el amor no es sino un castigo por la “caída” del hombre y llegaba a escribir que “el amor apasionado por una esposa es adúltero”. En suma, la pasión es inicua y pecaminosa.
¿Qué es el amor cortés? Es un estado de amor, en donde el amante, como servidor humilde y fiel, rinde homenaje a la mujer amada. Constituye una reacción a la valoración negativa de la sexualidad y al matrimonio practicado como un contrato económico. Es un amor al margen del matrimonio “obligado” en donde la mujer pasa de ocupar el lugar de esclava de su señor, lugar que es el suyo en la relación conyugal, a constituirse como señora de su amante.
Nunca antes se había valorado a la mujer de forma tan positiva como entonces. Desde el momento en que la mujer puede ocupar un lugar distinto al de esclava, aunque sólo sea por un momento y aunque sólo sea posible para algunas, y desde el momento en que ese cambio se fija en la escritura queda inaugurada la posibilidad de que la mujer pueda participar como sujeto activo en la vida social y económica de su tiempo, más allá de los muros de su casa.
Este cambio inaugura la relación entre hombres y mujeres como relaciones entre iguales, entre pares y, al mismo tiempo, introduce un código ético en las relaciones sexuales de tal forma que en adelante ya no se tratará sólo del mero deseo. Esta nueva ética amorosa “ordena” que de alguna forma el deseo esté mediado por el amor y el respeto.
Porque estas mujeres empezaron, pudieron seguir otras… No es, desde luego, el único hito que nos ha servido para cambiar nuestra condición, pero ha sido importante, y ha quedado bastante olvidado.
Y ahora, en nuestros días, conseguidos los derechos civiles que nos sitúan en un plano de igualdad con los hombres y nos hacen partícipes junto con ellos en la sociedad, es cuando también en la vida llamada privada tenemos que conseguir esa igualdad. En España, de momento, ésto pasa por terminar con la lacra de la violencia de género.
Plantearnos el problema es ya un avance, es reconocerlo como una realidad a erradicar. Sacarlo a la luz nos sirvió para darnos cuenta de su enorme magnitud y nos permite reflexionar sobre ello.
Las mujeres creo que nunca nos hemos terminado de creer ese discurso de la superioridad masculina, pero en muchas ocasiones hemos consentido y hemos aceptado ese lugar segundo.Sólo desde esta perspectiva es posible la violencia de género - distinta a otra violencia interpersonal, siempre posible en las relaciones humanas -.
Sólo si un hombre considera a su esposa educable, inferior, objeto de su responsabilidad…, puede pensar en “aplicarle un correctivo” y sólo una mujer puede consentirle a un hombre lo que jamás le consentiría a otra mujer, si en algún rincón de su mente sigue considerando que su lugar es el de esclava y que su señor es ese varón.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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